Muchos pisos y poco dinero en Barcelona
La burbuja inmobiliaria junto con los pisos de bancos embargados convirtió Terrassa en una auténtica mina de oro. Las inmobiliarias y los bancos jugaron fuerte y las grúas se convirtieron en un elemento más del paisaje urbano. Terrassa crecía a un ritmo casi de récord año tras año y la población aumentaba exponencialmente. Pero, al final, la botella de vidrio se rompió. Las agencias inmobiliarias empezaron a cerrar, los constructores dejaban de ganar dinero a chorros, los trabajadores se quedaban al paro. Y ahora es la segunda ciudad de Cataluña con más pisos nuevos vacíos, en un momento de dificultades económicas y de desahucios periódicos.
Hay muchas viviendas al mercado y ningún recurso para comprarlos. Bajan y bajan, y los precios son cada vez más asequibles, pero tanto le hace. El mercado está parado, casi muerto, y la gente no tiene ganas de embarcarse en aventuras cuando las cifras de parados se elevan hasta techos desconocidos y cuando se divisen pocos brotes verdes.
Terrassa fue un modelo del que no se tiene que hacer. Nos equivocamos. La ciudad no aprendió de las crisis anteriores. Un día Terrassa fue toda una fábrica textil, y la crisis del sector la hizo sufrir mucho más que otras. La lección parecía que se había entendido: nunca más un monocultivo económico, el secreto era disponer de un tejido comercial y empresarial con múltiples raíces, de forma que si una se secaba, las otras podían sobrevivir.
Todo iba bien hasta que llegó la crisis. Empieza a ser hora de pasar balance, de pensar en el futuro y de recordar el pasado, mirar bien qué se hace en época de bonanza, no apostar por una única fuente de riqueza, e ir hacia el modelo más fiable, el de la diversificación, el que afecta una parte pero permite al resto, a la ciudad, sobrevivir.